viernes, 12 de noviembre de 2010


Palabras de la alumna de 5° año Mariana Bernard
Luis Alberto Melograno Lecuna fue el fundador de esta institución, o mejor dicho de este hogar, porque eso es para muchos de nosotros, nuestro segundo hogar. Pasamos la mayor parte del día aquí adentro, y aunque contemos los minutos para que acabe el día, creo que hablo en nombre de todos al decir que estamos cómodos y nos sentimos como en casa. No todos los que se encuentran aquí hoy lo conocieron, lo cual es una pena, porque era alguien digno, que no pasaría inadvertido, sino que dejaría una huella como lo hizo con quienes sí lo conocimos.
            Melograno siempre se interesó por nuestra educación, nunca se mantuvo al margen, sino que fue partícipe de ella, enseñándonos con devoción y con paciencia. Digo partícipe porque se involucró en nuestro aprendizaje. Nos enseñó caligrafía en la primaria y suplantó a nuestro profesor de Art en el secundario. Todo lo hizo con paciencia y devoción, sin dejar una pregunta por contestar. Esto lo sé bien, porque cuando cursaba la primaria solía ir con un grupo de chicas a su oficina al mediodía a que nos contara cosas; no importaba qué, porque cualquier cosa que dijera era interesante y digna de ser escuchada. Le preguntábamos de todo, desde “por qué usar uniforme”, a lo que nos contestaba “porque nos hace a todos iguales”, hasta “qué color se forma si juntamos todos los colores” a lo que respondía “blanco”. Tenía la respuesta para todas nuestras curiosidades. Siempre nos recibió con los brazos abiertos y con un caramelo de menta a la hora de volver a clases. Fíjense qué tan interesante debía de ser lo que decía para que un grupo de niñas de primario prefirieran ir a su encuentro que a un recreo largo.
            Melograno siempre creyó en sus estudiantes, nos enseñó que como futura generación nosotros somos los encargados de mejorar el futuro, especialmente el de nuestro país, que es nuestra responsabilidad. Recuerdo que una vez nos dijo que debemos volar tan alto como las águilas, y no quedarnos en el medio del camino, como pájaros comunes y corrientes, sino que debemos ser diferentes y tratar de superarnos a nosotros mismo día a día. Nos enseñó a que debemos dar todo por lo que creemos, no sólo con las palabras, sino que con sus acciones. No se si todos aquí saben, pero Melograno optó por invertir su patrimonio en la educación de nuestro país en vez de invertirlo en el exterior, donde seguramente se hubiera hecho de una fortuna. No solo ésto, sino que además hizo numerosos sacrificios para mantener a esta institución en pie, entre otras cosas vender su casa. Sacrificó una casa por otra.
            Todos recordamos sus tantos discursos en las fiestas de fin de año. Quién no recuerda haber sacado su cronómetro para ver qué tan largo iba a ser el nuevo discurso y si podría, de ser posible, ser más largo que el del año anterior. El doctor lo sabía y se reía con nosotros, incluso bromeaba y pedía el resultado una vez acabado su discurso. Pero más allá de este toque humorístico, sus palabras siempre nos dejaron una lección. Personalmente recuerdo esos discursos como un momento de reflexión y admiración, recuerdo escuchar cada palabra con detenimiento y atención.
Hay un discurso en particular que recuerdo vívidamente. Subió una mesa al escenario. Una mesa sin patas. Y pidió a cuatro personas del público que subieran, una a la vez, con una de las patas. Sin patas la mesa no era una mesa, sino que una simple tabla. Con la primer pata la tabla comenzaba con los atisbos de ser una mesa, pero lógicamente una pata no es suficiente, pues cuando se la suelta se cae. Con dos patas, según como sean colocadas, la mesa puede llegar a sostenerse, pero ¿qué clase de mesa tiene tan solo dos patas? La tercera era de gran ayuda, pero una mesa no es una mesa si no tiene las cuatro patas. Cada pata representaba uno de los pilares necesarios para sostener una escuela: el edificio, los alumnos, los docentes y los padres. Sólo así puede un colegio estar completo, ser una comunidad, una familia.
            Yo, personalmente, le estoy sumamente agradecida por habernos dado esta oportunidad, por haber sacrificado tanto para que nosotros seamos una futura generación culta. No lo defraudemos. Seamos éticos, apasionados y perseverantes, y así exitosos. Que sus esfuerzos den fruto. Sé que estaría muy orgulloso de todos nosotros, y que lo estuvo de aquellos que ya se graduaron.
            A todos los que no lo conocieron, les digo que deben saber que para todos los que sí lo conocimos, Luis Alberto Melograno Lecuna siempre va a vivir en una parte de nuestro corazón y lo recordaremos como una persona rica tanto en mente como en alma. Como alguien que nos enseñó, y cito una parte de nuestro antiguo himno que siempre recordaré: a proceder con fe y respeto, ser tolerantes y solidarios, buenas personas llenas de afecto.
            Médico, escritor, director de arte y cultura en Mar del Plata, coordinador de Gabinete de la Secretaría de Cultura de la Nación, director del Centro Cultural Pueblo Blanco en Punta del Este, fundador y director general del colegio Pueblo Blanco High School y luego fundador del colegio United High School, Luis Alberto Melogrado Lecuna fue mucho más que todo esto, fue un hombre afable, culto y simpático que supo perseguir sus pasiones, desarrollar sus talentos y realizar, no sin mucho esfuerzo, sus sueños, pero sobre todo, y gracias a todo, es un ejemplo a seguir.

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